Ella se sabía cada microsegundo de la canción como conocía cada milímetro de su cuerpo. Él escuchaba esa sinfonía de cuerdas y siempre se la imaginaba como la contempló, al poco de conocerla, una noche de primavera desde unos pasos atrás: apoyada en la barandilla del balcón, con su copa de vino tinto en mitad de una fiesta y dejando perder sus pensamientos en la calle iluminada. Los dos se querían tanto que ya tenían una canción: Anyone Who Had a Heart. Una catedral, decía él. Un verdadero abrazo, comentaba ella, siempre menos grandilocuente.
Dionne Warwick era la voz de la canción de la bella arquitectura y el cariño compartido. Sin embargo, los dos siempre decían: “Pon la canción de Burt Bacharach”. En el fondo, no estaban equivocados. Bacharach era el creador sonoro de Anyone Who Had a Heart. De su cabeza habían salido esos tres minutos y cuatro segundos de pasajes de cuerdas, elegantes despliegues de notas al piano, concisos encajes rítmicos, preciosos coros y el calor arrebatador de las trompetas erizando el vello hasta el apogeo final. Ambos pensaban que ni en la orilla del mar, a la luz de la luna, había un romanticismo tan milimetrado.
Fuente. El País con Fernando Navarro.