Lo tenía todo para fracasar y que la machacaran en vida: era mujer, era pequeña, era negra, era cantautora de guitarra de palo, era feminista y era lesbiana. Total, nada. Y sin embargo, gracias a su enorme talento, supo abrirse paso a codazos en la escena del pop y del rock de los años ochenta, ese mundo tan blanco, tan masculino y con tanta testosterona. Tres décadas y pico y tan solo siete discos más tarde, es probable que Chapman sea hoy, más que entonces, quien siempre quiso ser: una artista refractaria a los rituales de la fama y ajena a las fluctuaciones estéticas del mercado musical, dueña además de sus propios ritmos de edición. No es extraño que hayan pasado trece años desde el lanzamiento de su último disco, pues sabemos que para ella es tan importante la música como el silencio que le sigue.