Simplemente quedó nominado como el ‘monstruo de los mangones’, leyenda urbana soportada en una realidad asaz macabra. Podemos reclamar los caleños el lujo dudoso de haber producido al autor del crimen perfecto en serie, un sicópata que dejó treinta cadáveres de niños desparramados por los mangones, esas zonas sin construir entre los edificios de la ciudad. Sucedió entre los años 63 y 74, lapso en el cual El País y Occidente se teñían con los relatos espeluznantes de cada asesinato que se iba descubriendo, de niños entre los 8 y los 13 años, especialmente de gamines o niños de la calle que entonces proliferaban.
