En medio de la canícula veraniega de un asfixiante verano del año 1940, en la entonces pequeña ciudad de Coyoacán, hoy barrio bohemio, alcaldía o distrito plenamente integrado en la mega urbe que es la capital mejicana; mientras en Europa los nazis reventaban la historia, un acontecimiento largamente orquestado en una inmensa mesa de pino en el Kremlin, fosilizaría el devenir de un formato de comunismo más dinámico y adecuado a las realidades del porvenir. Era un 21 de agosto y nada anticipaba que fuera a ocurrir algo tan brutal y decisivo en las entrañas de una ideología revolucionaria que a su vez, aniquilaría al más brillante y probablemente avanzado de sus líderes.
