Nos comparamos con compañeros de trabajo, con amigos, con familiares, e incluso con desconocidos que vemos en redes sociales.
Y, aunque comparar puede ser algo natural —porque el cerebro lo hace para orientarse—, el problema aparece cuando esa comparación nos hace sentir mal con nosotros mismos.
Cuando nos comparamos constantemente, dejamos de mirar nuestra vida con gratitud y empezamos a hacerlo desde la carencia: “yo no tengo eso”, “no soy suficiente”, “voy más lento que los demás”.