Cuando pensamos en una madre, pensamos usualmente en nuestra madre y
podemos tener, quizá, 2 tipos de recuerdos: por un lado, esa madre protectora,
amorosa, de abrazos eternos y sopa caliente en invierno. Esa madre que cuando
pasa frío, cree que también pasas frío tú y te abriga como si estuviéramos viviendo
en Siberia cuando estamos a 15 grados en Almería capital; o que considera que
nunca tienes suficiente comida, suficiente ropa o suficientemente ordenado el
cuarto.
Por otro lado, está esa madre que recordamos todos por frases míticas como
“nadie me ayuda en esta casa y un día cojo la puerta y me voy” o “me tenéis de
esclava, ya me echaréis de menos cuando yo falte” y si bien, como hijos e hijas
que somos, nos han parecido un poquito plastas cuando se ponían así, la realidad
es que no les falta razón.
