Indiana Jones y el dial del destino, como buena hija de su tiempo, se ve afectada en sus momentos más bajos por esta necesidad de incluir larguísimas y redundantes secuencias de acción que, lejos de inyectar tensión y asombro en la pupila del espectador, la llenan con un ruido y un caos tan creíbles como vacíos. La idea de la cinta, por tanto, es aunar pasado y presente, abrir en canal un organismo que siempre ha funcionado bien para insertarle unas prótesis modernas pero innecesarias. Por suerte, Mangold no se deja llevar por la furia del CGI y distribuye el barullo de las persecuciones interminables y los saltos imposibles con suficiente inteligencia como para que no afecte a todo el conjunto.
