Antes de ser un pasatiempo, un negocio o un vicio, el cine era una vocación, un finísimo saber y un escenario de privilegio, más poderoso que el sueño mismo. En dicho escenario supe yo de la escritora y profesora Sara Harb, en el Caribe colombiano.
Ray Bradbury, en su brillante juventud, alquilaba en los sótanos de la biblioteca pública una máquina de escribir, de la que salían cuentos, novelas, poemas… a 10 centavos la media hora. Una vocación jala de las raíces como un tirano, pero noble y misteriosamente. Esto es lo que por años he visto en Sara, en su peregrinaje, en su fotografía, en sus oficios, en su amor por la pintura, los idiomas, las músicas, en su devoción por el mundo y la gente: ¡una vocación! Pienso que la vida sería otra si la viviéramos desde estas voces nuestras y solo nuestras, alquilando en donde llegamos una máquina para contar la vida, a veces conseguida a muy alto precio. Esto para mí es admirable. (Reseña de Santiago Mutis Durán)