¿Quién no ha tenido un mal día alguna vez? ¿A quién no se le han estropeado los planes por la cosa más absurda del mundo? Qué no cunda el pánico. Nos ha pasado a todos, e incluso a los más grandes personajes de la historia. Y para comprobarlo, hoy vamos a sumergirnos en uno de los episodios más curiosos de la historia, una anécdota que demuestra que hasta los líderes más poderosos pueden enfrentarse a imprevistos… y a veces esos imprevistos son pequeños, peludos y con orejas largas. Estoy hablando, ni más ni menos, del día en que Napoleón Bonaparte, el gran estratega militar que conquistó buena parte de Europa, fue derrotado por un ejército de conejos. Sí, como lo oyen, conejos.
Pero antes de adentrarnos en esta historia, hagamos un poco de contexto. Estamos en 1807. Napoleón Bonaparte es, sin lugar a dudas, el hombre más poderoso de Europa. Ha llevado a cabo campañas militares brillantes y acaba de firmar el Tratado de Tilsit, una paz que ponía fin a las hostilidades con Rusia y Prusia, dos de los grandes enemigos del momento.
El emperador, satisfecho con este logro, decide celebrarlo como corresponde. Y, ¿qué mejor forma de hacerlo que con una elegante cacería? Este tipo de eventos eran habituales entre la nobleza y la alta sociedad de la época. Se trataba no solo de una actividad recreativa, sino también de una oportunidad para demostrar habilidad y destreza, algo que Napoleón, conocido por su ego, no estaba dispuesto a desaprovechar.
Pero, como verán, no todo salió como estaba planeado.